He conocido a alguien.
De la manera más casual, quizá, e insospechada. En la red pero que vive en la isla.
Aún no he desvirtualizado, pero queremos los dos.
Necesito liberarme de algunas inseguridades, antes. Como lo de no tener curro de nuevo ni ingresos suficientes para vivir y pagarme las facturas en un breve periodo de tiempo.
Pero tengo mucha curiosidad. Ilusión, quizá, porque hay algo de química evidente, desde los primeros mensajes sexuales cruzados. Y con eso me basta, en realidad, no espero más. Ni tampoco menos. Que encontrar un amigue que tenga gusto por las mismas perversiones y que de la mano nos iniciemos en ese camino de la atracción sexual sin ataduras emocionales, más allá del momento en el que pretendamos pasarlo bien y de no comportarnos como hijos de puta con el otre.
Hay que quitar el candado y volverse a relacionar en el antro. Sin miedo, sin vértigo.
Ha pasado un año. No debo nada a nadie ahí; ni a nadie voy a buscar ni tampoco a dar chance para herirme. Pero ya no seguiré perdiéndome la fiesta, la parte buena de las rrss, para evitar la mala. Quiero y puedo relacionarme y he aprendido a ignorar y a utilizar la herramienta de manera constructiva, alejándome de los vórtices del odio, así sean sitios donde antes yo también exploté la risa acrítica del ataque gratuito.
No sé el tiempo que le queda a Twitter, lleva años degradándose en todos los sentidos, en realidad Musk es la guinda a una trayectoria de implosión que se veía venir por diversos factores, también la vuelta a lo analógico con la retirada de las restricciones y el distanciamiento social COVID-19.
Aquí estamos, de nuevo en primera persona, un año después.