14 jun 2008

Viaje a la isla lunar



La última semana en Burgos fue frenética. Mi estado de nervios rozó el histerismo en numerosas ocasiones.
No es de extrañar. Giorgio se entrevistó con la empresa para la que actualmente trabaja el 18 de Abril. Todo salió a pedir de boca y el interés que mostraron por llevar a cabo la contratación superó ampliamente sus expectativas. El "pero" estaba, indudablemente, en la fecha de incorporación al puesto: 6 de Mayo. Lo que nos obligaba a tomar el ferry que sale desde Cádiz el sábado 3 de Mayo.
Muchos pensarán que es un plazo razonable. Cuando cuente un poco más sobre mi situación personal entenderán que no era así. De momento, con decir que en el Despacho profesional se acumulaban pilas de expedientes abiertos y que aún no contaba con un sustituto fiable para hacerse cargo del marronazo, os haceis una pequeña idea...
Eso sin mencionar que llevábamos casi 5 años de convivencia y que somos muy dados a acumular trastos. El traslado implicaba, inevitablemente, un desescombre épico y agotador que a mi se me antojó eterno...literalmente, ya que tuvimos que dejar en manos de familiares el marrón de terminar de vaciar el piso en el que vivíamos alquilados, además de la entrega de llaves a nuestra amada y amable(ejem) casera. Nuestros hermanos hacían coñas en plan " ¿para cuándo la rifa? " o "...en vez de guardarles las cosas igual montábamos un mercadillo"...
No tuvimos tiempo de despedirnos de toda la gente que hubiéramos querido, lo que se nos hizo muy duro, sin duda. Pero la realidad es que, a pesar de estar arropadísimos por nuestros familiares más cercanos y de nuestros amigos más queridos, fueron precisamente todos ellos los que nos dejaron una sensación de vacío terrible.
Llegó el viernes, día 2 de Mayo. Comida familiar y locura final empaquetando y cargando el remolque y el coche. Teníamos previsto partir a eso de las 2:00 de la mañana. Nos esperaban 10 horas de viaje hasta Cádiz con Audrey, la perra de mi hermana, que desde ése momento pasó a ser de nuestra entera responsabilidad. Pobre tata, se la partió un poco más el corazón al tener que separarse también de ella.
Alberto, su novia Marta y Samuel, los hermanos de Jorge, y todos mis tatos, Javi con Patricia, Raúl y mis niños, Rubén y Nuri con mi tata rata Cristina y su Churri Alex...y mi Silvi, mi mejor amiga... Todavía hoy se me pone un nudo en la garganta.
Es increíble...cuando me propuse empezar este blog me hice un esquema previo en mi cabeza. Pensaba que era lógico plasmar todo el proceso que vivimos desde que supimos la fecha de partida. Confieso que he tardado en ponerme a ello debido a este episodio tan difícil que nos tocó vivir. Me cuesta mucho no emocionarme pensando en lo torpe y atacada que me puse. Siempre de dura por la vida y resulta que me derrumbé la primera. Tengo la sensación de que les causé una gran angustia por verme tan mal. Siempre tan categórica en mis decisiones y en el último momento, en el más decisivo de cara a mostrar mi convencimiento de estar en el camino hacia la dicha...y me desinflo descubriendo mis inseguridades y mi pena.
Aún después de cuatro horas conduciendo íbamos hechos polvo, apenadísimos y acojonadísimos. Aunque nos dábamos ánimo pensando en que la recompensa estaba a la vuelta de la esquina.
Por suerte la carretera estaba desierta y nosotros, tras el berrinche de la despedida, estábamos despejadísimos y frescos para conducir tantas horas.
Audrey parecía consciente de nuestra tristeza y se comportó como una campeona. Tranquila y adormilada, bebía sin problema cuando la dábamos agua y comió normalmente, sin dar muestras de depresión o hastío por el largo viaje, el primero que hacía de estas características.
Un poco antes de las 2 de la tarde llegamos al Puerto de Cádiz. Allí esperamos a embarcar muy poco tiempo, puesto que todo el mundo llegó antes de lo previsto y se adelantó la hora considerablemente.
Una vez subidos al gigantesco buque, nos enseñaron las jaulas donde Audrey tenía que pernoctar...y pudimos comprobar horrorizados que no se trataba de un aposento muy digno, ya que apestaba a Zotal y orines. Precio de la estancia: 70 euros. Efectivamente, pagó billete por esa mierda de cubículo infecto. Naturalmente, pasó allí el tiempo mínimo imprescindible, pues chupamos cubierta con ella para no dejarla sola en la jaula, durante todo el tiempo que duró la travesía, exceptuando los desayunos comidas y cenas, en los que los animales tenían restringido el acceso a las zonas interiores. Por cierto...1300 euros nos costó el billete de Acciona Transmediterránea( no hay otra compañía que haga el trayecto) y la comida era peor que la del rancho de la mili de mi hermano. Una estafa. Tengo que ponerme en contacto aún con dicha agencia para trasladarles mi "gratitud"
Tampoco el viaje en barco fue especialmente agradable. Salvada la partida y saciada la curiosidad de ver cómo maniobra para zarpar un coloso de estas características, una vez pierdes de vista el litoral, transcurren más de 30 horas en las que sólo se ve agua, agua, agua...hasta el hartazgo, máxime si chupas tanta cubierta como nosotros...(Ay! Capitán, cuánto me acordé de los marineros como vos, que han de pasar tanto tiempo lejos de tierra firme)
Pasamos el sábado entero y casi todo el domingo envueltos en salitre. toda la ropa se tornaba blancuzca en contacto con el aire húmedo cargado de mar pulverizado.
La noche era cerrada y oscura cuando, a eso de las 23:30 avistamos las luces del litoral canario.
A esas alturas del viaje ya sabíamos(no hacía muchas horas), que el barco hacía escala en Gran Canaria, y que hacíamos noche en el puerto para zarpar a las 8:00 del día siguiente hacia Lanzarote.¡ Ahí estaba la recompensa al dolor de la separación! Divisar las Canarias fue un subidón como pocos había experimentado antes en mi vida, desde luego. Y qué felicidad estar compartiendo un momento así de emocionante con Giorgio, fue lo mejor de los últimos años. Estábamos rozando el sueño con la yema de los dedos y el sentimiento era cálido, intenso, casi febril. Esa noche fue especial, distinta. Amarrados en el puerto teníamos una inquietud infantil, cómica se podría decir. Antes de irnos al camarote nos echamos un copazo de celebración en la caspo-discoteca, a ritmo de Marc Anthony(pa matar a la tía que pinchaba), porque no había otra cosa. De hecho, creo que puso el disco entero. Pero no nos importó mucho la pachanga. Nos repantingamos en el sofá del cutrereservado haciendo chistes de un chorrismo impagable, con el roncola en la mano, y la pena disipandose poco a poco...
Seis horas de trayecto nos separaban nada más...de la isla lunar. Y nos esperaban aún gratas sorpresas.