A la Segunda Mamba hay que contarle su evolución. Como tras episodio extra corpóreo. Juntando jirones de piel desgastada, recordando también el cuero maltratado por la enfermedad de la Gran Mamba.
De niña "rellenita", el eufemismo o vocablo que trataba de ser el más amable de entre los que recibía. Llegó a odiar con todas sus fuerzas esa palabra. Pero como cisne, al estirón de la preadolescencia le vinieron bien las precoces curvas. Una 90 de pecho con 12 años, recién hecha aparición la amiga menstruación, y una estatura ya por encima de la media, a esa edad y en su generación, dieron como resultado unos teenagers de voluptuosa sensualidad en un físico que llamaba poderosamente la atención, por poco común en el hábitat humano en el que se desarrolló. Luego estaba lo de pelirroja y tímida sin remedio, que le daban un plus de morbo.
Y entonces vino la subida de peso por la primera depresión gorda, con el cambio a la Universidad dejando a sus tres amigas del alma en el insti repitiendo COU y siendo ella la única sin novio, justo ese último verano le tocó quedarse sin planes muchos findes, la dejaban plantada y ella se quedaba en casa viendo pelis y cogiendo kilos, antes del diagnóstico del hipotiroidismo y justo antes de empezar en Químicas en septiembre. Aquello fue demoledor. Y sin acabar el primer año de carrera, empezó la vigorexia y el coqueteo con la anorexia. En el segundo año, cuando llegó a la Facultad, era otra. Con veintipico kilos menos, nunca antes había estado en ese índice de masa corporal. Había compañeros que ni la reconocían. Otros y otras que no le dirigían la palabra el año anterior, estando gorda, y que ahora le doraban la píldora en la cafetería o por los pasillos, y que si qué guapa que iba o lo que molaba cualquier chorrada que llevara... Era el mismo rollo del primer año de novata pero sin ser XL. Podía ponerse ropa más chula por talla pero no por poder adquisitivo. De ahí le viene el asco al mundillo universitario, del que conoció, pijo y burgalés, y que le hizo sentir una y otra vez fuera de lugar, durante los tres años que duró la estancia académica. No en vano, era la primera de las nietas de un pastor de ovejas que había logrado matricularse, y con beca, en la Universidad. Algo con lo que la hija mayor del pastor, la Gran Mamba, no cabía en sí de orgullo.
Y como ya se ha hecho varias veces en estos textos referencia antes, de nuevo en esta ocasión es procedente en la cronología de las huellas del tiempo en la anatomía de Momo hablar de las hormonas que necesitaban suplemento para estabilizar el peso yo yo de la niña. Y de quién se dio cuenta de que no era normal ni el aumento hasta rozar la obesidad ni tampoco al año siguiente quedar en los huesos y que estaba pasando algo malo, emocionalmente y también algo orgánico, quizá por vivencias propias pasadas, fue ella, siempre ella la que supo: su madre cuidadora de los ojos que ríen.
Así que sí. Emocionalmente sensible desde niña por cuestiones quizá nunca resueltas, en ese cuerpo serrano que roza los cuarenta y cinco, edad en la que la Mamba Madre marchó, todo ello se interrelaciona con la disfunción hormonal tiroidea y el antes y el después de tratarla. Puesto que tiene un grado de implicación en los estados de ánimo muy importante, cuando la glándula endocrina no está en equilibrio químico.
El caso subclínico detectado evolucionó hasta hoy de la manera en que lo ha hecho. Y no se sabe si es autoinmune y hay micro nódulos y biopsias de control que de haber vivido la vida de otro modo, manera, con otro estilo o compañeros y enemigos en el camino, podrían haber sido un tumor de tiroides o, al contrario, un estancamiento de la demanda de tirosina sintética, con un desarrollo aún más leve y menos agresivo de la enfermedad crónica que le acompaña desde los veinte años a Momo.
Lo cierto es que, sin tiempo para asimilar lo de las cefaleas y el hipo crónicos de por vida, llegó el diagnóstico devastador del cáncer de la Gran Mamba. Y murió apenas un año después del primer alta hospitalario tras detectarlo. Durante ese año de duración de la enfermedad ella padeció lo indecible, pues fueron muchas más altas, con sus correspondientes ingresos extra (los de la quimioterapia) y hospitalarios, incluidos un autotransplante de médula con aislamiento en burbuja de trece días y una intervención quirúrgica al inicio de todo. Todo lo que ella más temía, "las perrerías que pasó padre", con un intervalo de desarrollo en la medicina de diez años, eso sí. El abuelo Rai no conoció tratamientos ni de quimio ni de radio en el INSALUD. Pero ella lo había acompañado, y por ende visto sufrir, en cada una de las pruebas diagnósticas, ingresos e intervenciones que fueron necesarias. Hasta el último aliento. Todo ello hace de la Mamba y lo que rodeó su ocaso aún más ejemplar.
Ella nunca se rindió. Y su anatomía era espectacular, espléndida. La de una madre de cinco hijos bien criados, con seis embarazos en su seno. Seis. Se dice pronto.
Y aún así vuelve Momo al pensamiento de lo que acarreó la pérdida para el chasis, hablando de nuevo de la pura superficie lozana y fresca que invita al mordisco. Al morir mamá, otra vez pérdida de kilos por comer mal y obsesionarse con la imagen después, por decir el entorno que qué buena estaba y ella no tener ya a la Mamba para decirle "¿Niña, qué haces? ¿Tú ya comiste hoy en la Uni o estás con dos manzanas que vas a cenar? Mira que te tengo echado el ojo, que te has quedado sin tetas y chupada de cara, ¡Eh!"
De hecho conseguir su primer trabajo sirviendo copas, a finales del primer verano sin su madre, vino derivado de ese aspecto tan sexualmente atractivo que era al parecer la cara de niña triste con buenas tetas y cuerpo. En esa época conoció y se enamoró del padre de sus hijas. Año y medio después empiezan a salir. Eso es muy importante. Cómo era ella y por qué le gustaba más Momo al padre de las mambitas. (Aunque siempre dijera que su corazón blandito y que le hacía ser mejor persona y blablabla) Es algo imprescindible, para entender su comportamiento déspota cuando el cuerpo de ella se deformó completamente por la gestación de las mellis.
Años de bailar, estabilizar peso y figura, follar mucho, ser felices... Y mantuvieron la efervescencia fogosa del vínculo durante largo tiempo, incluso en la época de bajoncillo y engordar unos kilos de nuevo, debido a la depre por no encontrar curro en la islita y el paro de larga duración. (Pero ahí fue cuando aprovechó la pérdida de autoestima por la dependencia y falta de autonomía de Momo para meter el gol del bodorrio el otro, también es cierto...). Pero follaban. Follaban y sentían deseo.
El embarazo también, fue época de estar sexualmente activos y de sentirse bonita y él apreciarlo tal y como era. Ella nunca había estado tan feliz, a pesar de los riesgos por la edad, el hipo, las molestias digestivas y asociadas a las gestaciones dobles, los pies hinchados... Cantaba, veía la luz del día siempre hermosa y la de la luna más bella que nunca antes en ninguna noche comparable a las de tocarse su barrigota en sus días.
La deformación vino luego, tras ellas ser extraídas de la segunda mamba cortando músculos de su abdomen. El sobrepeso descompensado, en un cuerpo preparado para acoger en lactancia a dos bebas mambitas, la grasa repartida de manera extraña. Rechazar su propio cuerpo ante el espejo y, lejos de encontrar apoyo, consuelo, resta de importancia a lo que, si no es temporal, no es tan grave pues forma parte del mayor de tus sueños, escuchar conformidad con el desagrado y palabras sin tacto acerca de los cambios físicos que son consecuencia de hacerle tu compadre. De escogerlo a él para el honor de ser padre de las mambitas. E ir a peor. Con el hielo. La indiferencia, la distancia. Las alternativas online...
El silencio y la mentira.
Pero no siempre iba a durar. Todo eso hizo que Momo enfermara de los nervios, se destruyera su flora intestinal y equilibrio necesario y que llegaran los parásitos y los problemas digestivos asociados a su tratamiento para erradicarlos. Y otra vez pérdida drástica de kilos mientras con el tiempo la grasa ha ido volviendo a los lugares que estaba y las tetas, gracias a la lactancia prolongada, están lindas y bien plantadas aún. Otra vez pivón pero ahora ya no quiere ná. Ahora llega el divorcio y detrás vendrá lo que vendrá.
Pero lo que queda es una mujer orgullosísima del trayecto. De sus estrías, su flaccidez, sus arrugas, su cicatriz de cesárea que le corta en dos el alto pubis. Y sus tetas bien puestas que ahí siguen y le dan muchas alegrías aún. Por inspirar humedad y erecciones y porque sus pezones siguen siendo muy reactivos al deseo, al tacto y a la saliva.
En cuanto al coño de Momo y su musculatura perianal, siempre fue experta aventajada en el manejo de la zona pélvica para llegar al orgasmo con más facilidad y provocárselo al amante entre sus piernas, porque Kegel no tiene misterio hace mucho tiempo para ella (además usa bolas chinas desde hace años...). Y en cuanto al suelo de la zona, al practicarse cesárea programada para parir a las mambitas, ha sufrido nada más la dilatación debida al peso de la barriga, que se recupera mejor y en menos tiempo que si se sumara a ella la del parto vaginal y la curación de una potencial episiotomía o incluso de un desgarro, al no practicar la primera. Esto es una ventaja indudable, a la hora de recuperar las habilidades amatorias y la capacidad de disfrute al máximo posible del sexo, cuando sabes cómo correrte y provocarlo a tu amante, mediante las técnicas y "tocando" las teclas adecuadas.
Plena. Y será totalmente en breve, cuando dé con la persona que complemente el volcán. Pero que lo tema, como Momo al amor. Amar por entregas y de a poquitos y a más de un amante.
Sin dependencia.