Escribo para mi. En mi imaginación y recuerdos me encuentro a salvo.
Ese es mi objetivo difuso. O debería serlo. No escribir pensando en que me lean porque entonces distorsiono mi realidad vital. Y cuanto más cruda y transparente, más honesta me siento conmigo misma.
Si dirijo mis letras a alguien están guiadas por la necesidad de aceptación, aprobación o incluso las ganas de pisarle las tripas. Pero no lo consigo igual, paradójicamente, y a la vez no es lo que busco.
Tampoco mi identidad, ni un estilo concreto. Rebusco en mis experiencias vitales, tratando de acercarlas porque la realidad supera la ficción, y estoy convencida, no de algo tan obvio como que no soy la única que sufre en el mundo, sino de que habrá muchas personas sintientes que, si se llegaran hasta aquí, tal vez se sentirían reconfortadas. Y quiero animarles a juntar sus propias letras, palabras y frases. A narrar lo que les pete y les haga felices, o que al menos les alivie el peso.
Pero que se exprese y de alguna manera busque la forma.
Porque quien siente se inspira y es la tabla de salvación en esos momentos oscuros, que abarrotan de nubes mi esperanza y coraje innatos.
Y si puedo sentir inspiración aún para salir a ver la vida de colores que nos ofrece lo que nos rodea, y que nos empeñanos en no ver, escondidos tras el negro sobre blanco, tras nuestras miserias humanas, que se exponen obscenamente día a día, curados todos de espanto, en esta maravillosa, porque yo la amo, sociedad hiperconectada, mejor aún.
"¡Nos rodean astros y planetas, celebra! ¡El océano, Rai!" me digo a mi misma a veces, como para despertar el resquicio de entusiasmo inocente e infantil.