¿La reciprocidad en los afectos es algo intangible y difícil de medir?
O, quizás, al contrario, ¿se puede saber el grado de implicación emocional de cada parte en una relación afectiva?
A menudo se dice que cada uno siente de una manera, con una intensidad el amor. ¿De qué depende esto? ¿De cómo nos relacionamos con las personas a lo largo de nuestra vida? ¿De cómo nos enseñaron a amar en función de un sistema de valores? ¿Y qué pasa cuando no te enseñaron a amar respetando los amores ajenos, sino a envidiarlos? ¿Qué sucede y pasa por la mente de quienes envidian una relación amorosa ajena hasta el punto de querer dañarla, destruyendo con ello a dos o más personas que se cobijan en eso tan bello que ellos no tienen?
No hablo de mi, hoy. Cavilo sobre cuestiones mundanas del amor en relación a una historia de la que no sé mucho ni tengo derecho a saber más, pero que un día me tocó tangencialmente. Y me entristeció mucho ese ocaso, a pesar de todo. No es como el mío. Yo descubrí, hace mucho tiempo que no me amaban ni de lejos, no ya como yo merecía, sino como necesitaba que lo hicieran. Ese es mi baremo del amor. Tengo claro que he sido una cobarde y me he negado la realidad de lo que me rodeaba. Por mi propia soberbia de no reconocer los errores en los últimos pasos dados juntos.
Esta otra historia creo que es de dos almas que se adoran y en la que los celos hicieron acto de aparición en la verja de la morada.
La tristeza perpetua.
Te ama y te amo. Son los otros.