Esta es una historia real que no es fácil de creer. Por eso la cuento.
Se coló por mi ventana. Aún hoy me echo a temblar de la posibilidad de haber sido descubiertos, porque verdaderamente esa noche fui consciente de lo sensata y normal que soy el resto del tiempo. Una locura en toda regla, imprudente. Podía haber entrado con intención de rajarme y robarme después de violarme. Era un completo desconocido que se acercó a pedirme fuego al verme desde vete a saber dónde, en la ventana a las tres de la mañana asomada, fumando.
Cuando leo a la gente decir que no folla porque es difícil, o lo oigo, obvio que tengo que callarme, aunque yo no crea que eso sea así para nada, y que el que tiene problemas para pillar, es lógico que pague, lo mismo que el que no sabe cocinar cuando se sienta en la mesa de un restaurante.
Me estoy riendo a carcajadas mientras escribo esto. Pero es que es tan fácil como querer follar. Si quieres, follas. Y por hacer uso de un profesional o una profesional, mientras respetes a la persona y sus normas, pagues por el servicio y te dejes llevar, sigo sin entender el problema que hay.
Yo sé cuál es el problema real y lo que cuesta verbalizarlo para algunas adalides del feminismo actuales, que han establecido el vínculo indisoluble del sexo heteronormativo como modo de sometimiento de la mujer al hombre. Y de ahí no las bajas. Y no solo te quieren convencer de lo contrario a lo que es, que es bueno que las mujeres vivamos nuestra sexualidad sin ningún tipo de tabú, sea cual sea nuestra orientación y preferencias sexuales, sino que hay una ola de puritanismo que reviste la cosa sexual de repulsión y rechazo. Es decir, que ya no es que pretendan solamente que sólo folle la que lo desee de verdad, como por otro lado es el más rancio estereotipo de la comedia romántica de la sobremesa del domingo, con cantinela moral de fondo "follar sin amor no es bien", sino que encima pretenden con sus hombres de paja normalizar que la actitud de una mujer ante el sexo sea esa. Ya no vale con consentir, ya no estamos hablando de diferencia entre abuso y agresión sexual (que la hay, de grado, soy contraria a esa modificación legislativa, más aún cuando se intenta por la vía de una sentencia que es un mal ejemplo) en el Código Penal. Ya hablamos de derecho a negarse a follar con el marido, que lo tenemos, por supuesto, pero si no follas con él no eres menos puta por mantener la relación por otros intereses, cuidado.
Es tan Medievo, lo que pasa, que como para contar con pelos y detalles cómo le comí la polla al desconocido aquél que me alegró la noche de sábado sin salir de casa.
Y claro, esto es algo súper misógino. Que a una mujer divorciada y deseable le apetezca comer pollas. Qué es eso. Por mucho que la polla hablara en francés...