En la inconsciencia de lo que hacías. Ahí está tu verdadera humildad. Lo que me enamoró de ti.
Esa expresión exquisita y parca que me vuelve loca, la de quien dice tanto con tremenda austeridad y aún así, bonito. Sin florituras. Qué grande y qué inconsciente de eso eres. En qué bagatelas pasas el tiempo, en tu inmensa sencillez. En tu gran generosidad, de dar buenos momentos. Y es como si te marchitaras cuando empiezas a ver que ya no causas ese efecto. Así es. Te marchitaste conmigo, con mi angustia. Yo lo hice todo, llevarlo al final. De hecho tuve momentos de lucidez hace un año, que brillan, están ahí. Mis gritos hacia el interior: "¡Déjalo marchar, lo estás haciendo daño con tu propio sufrir!"
Por inequívoco final, por doloroso como no puede ser de otra manera, cuando amas como yo te amo. Todas esas cosas no sabías que iban a pasar y pasaron. Y yo misma me lo dije muy al principio, en la Carta Magna. Que si no probaba piel y lo dejaba a tiempo, saldría del lío. Ahí no me hiciste caso tú a mí. Porque aquella fría noche, aún con todo, deseaba poseerte y que lo hicieras conmigo. Y no puedo quitarme de la mente tu distancia y mi inoperancia para hacerte bajar a mi lado, de la nube en la que estabas. Cuántos abrazos no te di, que deseé. Ese límite infranqueable, de "él no te ama, no abuses de lo que no ha venido a darte". Ese es el peso terrible de una experiencia que repetiría, una y mil veces, aún sabiendo el desenlace. Porque te toqué, mi amor. Aunque no me besaras.
Eso pienso hoy. Contigo como con todos, que no me creen cuando amo hasta doler. Que son tan ingenuos como para pensar que me estoy fijando en otra cosa que en el alma y en los ojos. Alguno incluso piensa que hay que hacer un examen previo sobre las características de sus genitales. Sí los hay, que encima no ven que soy bisexual y puta, aunque no esté todo el día definiéndome ni me ponga hash en los sitios de la Internete. Pero vamos, que lo de la envergadura de una verga (sí, claro, es adrede, la reiteración) es muy secundario en un chat online. Y viceversa: que si enseño mis armas, todos creen poder enamorarme. Y alguno se cuela, no digo que no. A palos se aprende, o al menos yo no sé de otro modo.
Pero no son Nadie.