Lo primero que quise ser y mi preferencia primera aún hoy. Por encima de los currelas, de escribir y de la parte químico sanitaria también.
Qué es la felicidad para mí, -hablando de cosas que nos hacen sentir bien y que no sean los besos y caricias de nuestros seres amados-, lo tengo bastante claro. Y sé que cuando estoy triste es porque ese lado de mi ser no se inspira y no me sale un paso de baile que antes daba sin pensar, guiada por el instinto de abrir las puertas al corazón y expresarte.
Mi primera y única profesora de clásico, cuando contaba con la misma edad que mis hijas ahora, un día le pidió a mamá que esperara un momentito para charlar, al terminar la clase y cuando viniera a recogerme.
Nunca unas palabras me marcaron tanto. Y recordarlas me inspiran para seguir adelante, a pesar de la tremenda frustración que puedan pensar que hacerlo me genere. Porque no son aquellas palabras. Sino la imposibilidad de volver a dar las clases, - como mamá me prometió y no pudo cumplir -, cuando por lo caras que eran, me desapuntaron y sólo estuve un año escaso.
Hoy en día, de hecho, no me generan frustración ninguna, muy al contrario, porque podría haberlo intentado después o no, da igual, la cuestión es que tomé mis decisiones y de unas estoy más contenta que de otras. Pero siempre he hecho más o menos lo que quería hacer, excepto la temporada parada de larga duración en Lanzarote, muy dura por perder una independencia económica que ya tenía labrada de muchos años atrás, emancipada (forzosa) de la casapadre. Lo que quise hacer dentro de los límites del guión y con piedras en el camino, que son un bonus ad personam, por la familia que llevas a cuestas, pero aún así, dentro de las limitaciones, no he permitido que me achantaran. Curré, aprendí, tomé experiencia, progresé, ascendí, me lo monté por mi cuenta, chupé banquillo, me formé de nuevo, en otras ramas, psicosanitaria y administrativo, sistemas y laboral, relacionado todo entre sí. Volví a sentir pasión por mi trabajo, llegaron las niñas. Obtuve triunfos significativos al reincorporarme al despacho jurídico.
Pero no bailaba. Cada vez menos. Como una flor mustia...
Y hoy bailo porque me gusta bailar.
Ya pienso en las dulces palabras de mi profesora como un elogio maravilloso que no pudo reprimir, sabiendo que era una de las niñas que probablemente dejarían la escuela por motivos similares a los míos. Y necesitó, por si sucedía, hablarle a mamá en mi presencia de lo que ella vio en mí, quedar contenta por haberlo intentado. Y ya esto no sé si doña Emilia lo llegó a saber pero consiguió, además, que yo ese día me fuera muy feliz a mi casa, pensando que tenía "una expresión artística excelente, es maravilloso verla en baile libre, la imaginación que derrocha al moverse, ¡es tan linda! Que no deje de bailar su hija, Agustina".
Hace mucho menos tiempo, en el antro, recuerdo un día que estaba empezando a conocer a alguien y que me contaba su profesión, seguido de las típicas preguntas recíprocas para saber del otro, y cuando me tocó decir lo que yo hacía, solté una retahíla resumen de mi vida laboral. Porque es totalmente cierto que me siento [bailarina que hace muchas otras cosas]. Muchas. Variadas, en pasado, presente y futuro.
Ahí estaba la razón, como no podía ser de otra manera, de mi inefabilidad: