Quedaron sellados todos los cauces hasta mí.
Hasta mi sexo y mi fuego natural, que es aulaga en jameo de Chimanfaya, arde solamente con el aire que la envuelve, como verga que ronda mis labios húmedos y será atrapada sin remedio posible por esa musculatura acogedora y potente, tras probar a la llamada a adentrarse en mi seno.
Nadie salvo él. Eso fue la monogamia. No dejar de ser consciente de miradas de deseo o de las palabras dulces, amables o picantes que alguien que se acerca te dirige. Tan muerta no estaba. Pero eso era la lealtad, tanto como negarme las apetencias que incluso podrían haberme ayudado a paliar el desamor, cuando este llegó como ola de destrucción masiva a mi vida.
Y tras de soltar amarras, por la vía de un monógamo herido en su amor propio, algo que siempre me fue muy evidente y pesó, en que la ternura apareciera y me enamorara perdidamente, ver, saber, que eso es lo que soy y eso es lo que no quiero negarme.
Puro fuego y piel ardiente, que necesita de ese contacto vital para ser feliz. Y en mis encuentros con mis amantes me comporto como la más puta. Y con quien más puta soy, a ese, más lo amo.
Porque es la mayor patada cínica a mi ser. Decirme que no soy puta porque los necios estén equivocados y juzguen la nobleza de expresar el deseo como perversidad. El amar con todo es con cuerpo y alma. Amar lo que la persona es sin sexo y sexualizada. Pero más importante es esto último para mí y sin ello no puedo ser feliz. Que sentir la piel de quien amas erizada es lo más deseado, el beso de tus hijos, el olor de sus cabezas... y también el arrebato de unos ojos que desean poseer la carne. Que te hacen notar viva. Que desean follarte mientras te quitas las bragas y te tumbas en la cama y también cuando bebes un vaso de agua y en silencio devuelves la mirada, provocando, de pie en la cocina. A todas horas, se pueda o no. Te aguantas, pero estarías todo el día fornicando sin parar. No te haría falta otra cosa.
Justo en este momento, en que con la pandemia y la distancia y el no tocarnos, somos tan necesarias las putas enamoradizas. Las que sabemos hacer sentir el incendio del deseo por medio de una imagen o juntando unas letras en un chat, en un blog, en cualquier antro de Internet, pues somos ubicuas...
Porque quién no quiere ser amado.
Quién no quiere ser deseado...