3 dic 2020

Sabor a hiel.

Que llegarás a su edad y la superarás. Eso todos los días te dices, desde hace años.

Que te acercas ya mucho y te queman las vivencias que has tenido y no has podido compartir con ella. Para que te aconsejara o echara la bronca, porque "hay que ver qué inocente eres, hija... miedo me da". O para que te dijera todas las cosas que recordaba de su infancia y adolescencia, que le hubiera gustado hacer, vivir y disfrutar y que no pudo. 

Una faz casi clónica, pero muchas diferencias en gustos personales y personalidades muy distintas, marcadas a fuego por el tiempo que a cada una os tocó vivir. 

La piel. Su pudor como nunca antes lo viste. Sufría por el deterioro. Era muy coqueta, a pesar de haber dejado de cuidarse hacía tanto. Solo te quería a ti cerca, pero incluso siendo tú quien le ayudaba a asearse, pasaba verdadero mal rato porque le vieran desnuda. O tu padre o tú, a nadie más quería. 

Hoy eso te hace plantearte cuán injusta has sido, después de sentirte igual de acomplejada por cómo se deformó tu cuerpo con el embarazo múltiple, con papá. 

Las vueltas que da la vida, joder. Ella no sentía inseguridades por los estragos de la enfermedad en su cuerpo estando él cerca. Tú regresaste a esa pubertad de timidez y apuro en las clases de Educación Física, pero a los 36. Porque verbalizar lo hacía, no se cortaba un pelo ni tenía una pizca de empatía, pero peores aún eran las miradas furtivas en que le sorprendiste más de una vez, cuando ya no te decía cosas hirientes por protestar cuando lo hizo. La incomunicación no era ni fue nunca algo que te pueda reprochar, más bien al contrario. En las discusiones de las peores épocas la constante era que no se te podía decir nada. Y así cada vez fue haciéndose más y más grande la bola de mentiras. O más frecuente la omisión de los relatos que debías conocer, por afectarte una decisión aparejada sobre algo.

Y entonces piensas en ellos como clones. Como hombres desastre sin autonomía emocional ni personal que van por ahí haciendo estragos, arrasando corazones.

"Cínicos cabrones, que pasen por caja". No puedes dejar de pensar. 
En que serías, inmensamente rica no, pero seguro que podrías al menos llevar una vida tranquila con tus hijas, si de golpe cayera todo "el metálico" que cuantificado significa cuidar y amar para ti. Qué ironías de la vida o qué mal repartido está el mundo o, parafraseando a mamá: "Dios da bragas a quien no tiene culo". Ella, creyente irreverente de misa al año. La Gran Mamba. Toda una personaje para ciertas creencias personales. Era más de la Virgen, en particular sentía predilección por la del Pilar, y su manera de saldar cuentas con su Dios era ir a la novena esa del madrugón, una vez al año.
Así que, literalmente una misa, a parte de las obligadas, funerales o lo contrario.

Amargo es un sabor horrible para mí. Ni la tónica, ni la ginebra, ni el bitter, por supuesto, ni tampoco siquiera la cerveza. Probar un trozo de hígado del que se impregnó parte del líquido de la bolsa biliar adyacente, pero sin percatarse nadie hasta el plato, es desagradable e intenso. 

Ha quedado mal sabor tras el dolor. Ha sucedido todo lo contrario que con la primera idealización en redes. 

Llegó la hora de Pandora. Antes de describirla en otro sitio donde no me guste su final. Están los vientos aullando y a veces hacen presencia en el antro las letras que no son. 

No han de ser. Sino aquí. Sabor a hiel, eso es aquí. 

Donde reniego de los cínicos que amé. Reales e imaginarios.