5 dic 2020

Salvo el café.

Aquí con leche condensada. Te has habituado porque lo que te ponen a veces en los bares es un aguachirri con regusto a achicoria. Malo como un dolor, y la leche condensada disimula. No puedo ser más amable, siendo que me tira el espresso italiano como forma de tomar café predilecta. Que por otro lado es bastante habitual cuando lo tienes a mano porque trabajaste en ello. Adicta. Pero dulce. Dicen que el buen bebedor de café, ese que verdaderamente lo aprecia como el jugo caro de producir hasta la taza que es, lo toma solo y amargo.

Y esta es tu incongruencia palatal. Aborreces el amargo, adoras el agridulce y el café es tu bebida favorita. Con azúcar, nube de leche líquida o bien chorro de condensada en sustitución de las dos primeras. Pero tu adicción más dura es a una bebida amarga, sabor que odias.

'Nadie' es como el café. Solo es majestuoso, pero aislado de su turba. Has de aprender a aceptar que la persona que te devolvió a la vida por medio de un deseo feroz y dulce que no has vuelto a experimentar, no es como tú lo amas, aparte de su mundo. Y que quienes le rodean tendrán su impronta en él que te hace amarlo así. Platónicamente. Aborreces a esas personas, como a la ginebra, la tónica, el bitter... las otras notas amargas que te hacen insoportable el postre.

Lo peor es lo de aceptar que nunca más habrá piel porque ahí sí hay un engaño imperdonable. Sigues, como te dije, y seguirás, es inevitable, inspirando mis letras. No se secan nunca y es uno de los motivos por los que estás ahí, aunque no quiera o intente a duras y absurdas penas renegar.

Salvo el café. No habrá piel pero sí quiero un café en Madrid. Contigo. Hablar como no hablamos. Y borré tu número. Pero aunque ahora cerré de nuevo, -porque me era necesario, los dichosos límites que necesito no franquear, ya tú lo sabes-, me sabré llegar. 
Porque sé que tú no cierras, me lo dijiste, junto con lo demás que me dolió y por lo que no te has disculpado nunca.

Tal vez. Con el café. Bien amargo.