14 ago 2021

La peor noche de mi vida.

 Fue cosa del azar, pero también condición necesaria mi temor a que se muriera estando yo velando en el hospital. Esa noche debía haberme ido a casa, todos me lo decían. Pero pensaba todo el rato en mi responsabilidad como hija mayor. Tarde o temprano sería mi turno, de entre los cuatro que éramos mayores de edad. Y los restantes, en casa, al cuidado de la única ya que no lo era.

El pronóstico, una vez iniciado el coma tras la sedación, era de una semana de evolución hasta el fallo multiorgánico, con suerte. Dije a mi familia que yo quería velarla cuanto antes. Mi tía MariF., que estaba en las mismas que yo de no querer pasar por el trago del momento en que expirara, se ofreció a acompañarme esa primera noche. Y yo se lo agradecí mucho, previo a pasar juntas por lo que nos tocó, al parecer, bastante antes de lo que era esperado en planta, por ciertas cosas que sucedieron, que a mí no me hicieron nada fácil los primeros minutos tras la pérdida. Qué digo: tampoco el tránsito de mi madre, que tenía verdadera prisa por irse y dejarnos noqueados con ello. Después, con el paso de los años, lo sigo agradeciendo tanto que se ha transformado en un vínculo especial con ella. De conexión y comprensión mutua. La esposa de mi tío el pequeño, la mejor de todas y aún antes que mi carnal. A veces, demasiadas, no es la sangre, la que te apoya y entiende...

No dio tiempo material a asimilarlo. Antes al contrario, a pesar de que llevaba un año con tratamientos oncológicos y del estadio de la enfermedad, quince días antes de ingresar para la sedación y los paliativos, habíamos tenido la primera consulta con su oncólogo en planta, dándonos la noticia de la curación aparente y la remisión total del tumor tras el autotrasplante en Valdecilla, del que habíamos regresado poco antes y en tiempo récord. Sí, en tiempo récord porque la señora Gran Mamba había batido ídem en tiempo de recuperación y aislamiento tras el complejo y delicado procedimiento de reponerle su médula, previamente recolectada su sangre y separados sus componentes en plasma, plaquetas y hematíes concentrados. Trece días. Nunca antes nadie había salido de la burbuja en trece días, el mínimo eran quince.

Por lo tanto fue desgarrador, inesperado y angustioso ver de un día para otro que reaparecían los síntomas de la enfermedad que creíamos ganada. Ella temía el desenlace más que nadie, como es obvio. Y se resistió a ir al hospital. Mi hermano tuvo que llamar a nuestro tío, el menor de sus hermanos, para convencerla. Aquella tarde que se puso tan malita y no quería moverse del sofá.

Muy pocas horas después, los oncólogos de guardia en planta nos informaban de que estaba muy enferma y se moría. Y a ella la instalaron en la habitación del fondo. Para terminales y sin compañeros de habitación. La reconocida y temida habitación del fondo de la primera planta.

Sé, sabemos, que sabía que se iba. Y ese dolor de que tan pronto entrara en coma, a las 7am de la mañana siguiente, estando con mi padre, sin darnos tiempo a afrontar esa posibilidad de despedirnos por saber todos que el fin estaba cerca. Ese dolor fue grande y mi padre lloraba a mares cuando llamó a casa desde el hospital, al otro lado de la línea telefónica.

En mi caso, una parte de la tristeza más vívida que recuerdo y sufro, a día de hoy, es que se murió de pena y que no llegó a pasar la primera noche en coma, ni 24horas. 

 <<¡Qué prisa tenías y qué putada, que te me moriste a mí, mamá!>>

A la una de la madrugada. Los hechos que rodearon ese momento tan duro de mi vida, en el que aún era imposible ser consciente de lo que supondría tu ausencia para nosotros, sumaron despropósitos y más cargas al duelo, qué duda cabe.

No es ya tiempo de abrir Pandora, tengo otros planes.