5 oct 2022

El cuento del perenquén.

 ¿Duermes un poco más o no? Vale que estás con la regla, pero llevas varios días, desde que las mambitas fueron a casa papi, como marmota durante las horas de luz. 

Qué marmota. Perenquén. La noche, querría vivir de noche... y no se puede.

Hay que resetear para volver al resort.

Mañana, en fin. Tenía que llegar. Lo mismo que la posible nueva encrucijada en la que habrá que escoger si tomas o no el desvío. Quedan aún unos días hasta que alcances ese kilómetro del trayecto, durante los cuales podrás sopesar el estado de las cosas tras el regreso. Tras un mes de baja, muy malita has estado otra vez. Todavía tienes labilidad, los cambios que te han propuesto para volver son buenos, convenientes. Resetear, empezar de cero.

Y si no sale bien, puede que llegue el día en el que alcances esa salida y decidas tomarla.

La auto profecía cumplida, porque es una promesa, un límite impuesto conscientemente con fecha en el calendario y vocación de terapia de choque. Anular la exposición a la mínima expresión. Retomarla suave, medio de incógnito, con auténtico propósito de perfil bajo y de adicto que tiene que socializar exponiéndose de nuevo al riesgo de los antros en los que la gente lo hace hoy...

Es bonito el perenquén y las gentes del lugar te cuentan que trae suerte tener uno trepando los muros de la casa que se habita. Se dejan tocar, aunque luego salen corriendo. Tienen curiosidad por los humanos igual que nosotros por ellos. Te lo puedes quedar mirando, inmóviles los dos, largo rato, no huirá si no teme. Es fascinante y adorable.

Y estará, de regreso, no se había ido. Los perenquenes bellos no se alejan si los respetas, siguen dejando su rastro en los muros. Ese vértigo regresa, puesto que habías anulado esa posibilidad de reencontrarse con las miradas de la tensión sexual. 

Tienes miedo de que se note, lo note, te delates. Ni siquiera el paso de la gran tormenta te servirá para poner distancia, a los ojos que miran escudriñando la sala para buscarte. 

Siempre ha estado esa misma ternura que te despierta el lagartito intruso, que busca refugio frente a su depredador natural. El cuentito del giraluna noctámbulo y soñador. Ni sabes si es eso, pero ya da igual, tú fabricaste tu fantasía que le aleja de la fría realidad del competidor ambicioso.



Al fin y al cabo, los perenquenes se aferran a la vida y las fachadas con sus pequeñas ventosas. Y te maravilla esa característica evolutiva crucial para su supervivencia.