7 dic 2019

Cartas sin destino, letras para nadie (XI).

Y canta, aferrando el último recital de vida el sentimental ruiseñor:
<<Mensajes de texto que no eran mejor que nada...>>

Dormir enredados. Envueltos en intercambiados fluidos corporales, una vez exhaustos después de exprimir el jugo de la pasión, que tamizado por el tiempo de espera hasta el reencuentro, es ahora un licor dulce, embriagador, que acompasa una corriente eléctrica continua de piel erizada... Deslizarse ella entre las piernas, notarle erecto, sin despertar del todo, emitir un suspiro entre risas. Subirse de nuevo para amar, con un rápido movimiento de caderas atrapar lento, suave, el tacto que es el elixir del amor, en éxtasis de deseo ya sin freno. El baile de los esclavos del placer reanuda su coreografía, otra vez más. Como un remolino en la arena de la orilla.
No habrá tiempo que perder, en cada segundo de fusión de sus anatomías excitadas y temblorosas hay una nota que vibra: El corazón de ella se desboca con facilidad y él acaricia con ternura la curva de su cuello y su pelo, la frena, detiene la marcha. La gira y entra de nuevo en ella, que ahora gime largo y feliz, como felina mimosa...
Y se enlazan los cuerpos... ¡Ay! 
Ya no sueña sentir el ritmo de sus latidos en sincronía con las curvas acogedoras de ella, son uno. Navegando en las olas de los sentidos, agudos y vivos, ya despiertos por completo, se han olvidado del mundo y de todos y ya no hay vuelta atrás. 
La musculatura se tensa y las miradas se encuentran y clavan el aguijón de nuevo. Dulcemente lamer las heridas del otro, morder el anzuelo, en un clímax inabarcable, intenso y -querría- eterno, deseando que nunca jamás acabe pero sabiendo que se acabará. El aguijón hace sangrar...
Quizá en una certeza así se presume la mano futura de la melancolía amarga. De igual manera que el shock por la impresión de sus ojos mirándola y deseando poseerla, perturbó los cimientos de seguridad de ella esa noche, impresionada por la confirmación tangible de que no era un espejismo absurdo. 
Vencida de antemano (había tanto desamor helador pasado) por el yugo inconsciente que se salió con la suya. Estaba fuera de juego, se olvidó de entregarse por completo. Ahí el ogro ganaba tiempo... ¿cómo lo iba a saber?

La intensidad del dolor de no tener su olor en las sábanas, al amanecer.
Es sueño insistente de ella, en la doma de su ansia herida, que quedó en un rincón del desván, olvidada como un trasto viejo. 
Es anhelo de un imposible y es rabia. Se enoja chillonamente, porque se irá pronto y cree que él no entiende la broma malvada del destino. De no poder disfrutar igual de las cosas que te brinda la vida por sorpresa.

Mientras, callaron casi todo, los dos callaron, el miedo malicioso, la venenosa vida. El desperdicio de ambos, el azar puteando; todo a destiempo: el Cosmos inabarcable.

Y el vino del mejor escasea.

<<Lo que surgió entre nosotros habría surgido igual>>