1 feb 2020

I.V.E.

El camino inverso. Hecho a la inversa. La reserva mal entendida. Unos temas sí otros no. El baremo es personal y único para cada cual.
De una huella profunda en los primeros años de relación. De quedarse él al lado de ella, al despertar, y ser eso suficiente. Un agradecimiento y amor tan hondo que duró muchos años, como una verdadera droga. Hasta que un buen día llega la oportunidad de curar del todo aquella herida, es la hora soñada, cuesta dos años largos, un amago de tratamiento de fertilidad, en la edad límite considerada factible y sin riesgos... No en vano, han sido casi once años de espera, desde aquella decisión de interrumpir, por responsabilidad e imposibilidad de ser buenos con una vida nueva en ese momento. Habría sido tan egoísta..., a pesar de que el amor vivía su mejor momento, eran un equipo, no había reproches, cuidaba de la primera mambita. Era, en definitiva, de quien se enamoró. El único de un excelso grupo de niños pijos, hijos de la élite burgalesa jesuítica, que tomó su propio camino y se emancipó del yugo, porque la amaba.
Y lo que sucedió entonces es algo de ellos, no un arma arrojadiza, no un reproche ni algo con lo que se pueda concebir saldar ninguna deuda. La decisión fue de ella. Fue muy dolorosa. La maternidad formaba parte de esa calidad de ser mujer primero que le había sido negada y que hubo de postergar durante años.
Sí está ella, cree, en su derecho y convencida de reprochar que cuando no hubo amor, la destrozó. Y que la decepción con la crianza es la causa primera y última del desmoronamiento, por mucho que vayan sacando adelante, responsablemente, los restos del naufragio marital de lo que corresponde a la comunicación necesaria, imperiosa, se diría, cuando hay hijos.

Tan distinto pienso.
La relación de pareja es una cosa. Los hijos, hijas en este caso, otra. Lleguen a ser o no.