2 jun 2020

Lento.

Hablaron durante meses. Cuando faltaban días las conversaciones se les iban de las manos en cosa de tres minutos, para pasar de las palabras a los hechos y tocarse a sí mismos pensando en las manos del otro. Eran un polvorín a distancia. El control remoto pasaba a la acción simplemente con una notificación en el celular de que el otro estaba en línea. Diciendo "¡Hola!", nada más, pero a ambos se les aceleraba el pulso, enviando o recibiendo mensajes.

A menudo imaginaban juntos el momento de probar las pieles. Ella se preguntaba secretamente cuánto tardarían en llegarse a la cama desde el encuentro en el sitio donde se citaran, media hora, una, dos... Él solía hacer referencia a la timidez de los dos, entre risas. Al mismo tiempo le daba a ella confianza en sí misma y una seguridad extraordinaria en que todo iría bien. Que aquel hombre tímido pero tranquilo, le proporcionara esa sensación de calma, era uno de los puntos fuertes de la relación. Fue ella quien se acercó a él el primer día, intrigada por el dolor de unas letras, por una manera de amar concreta que trascendía en versos tórridos dedicados a una mujer de su pasado.

Estaba muy confundida, saliendo de una relación en la que ella se sentía adolescente que chupaba la energía a un vampiro de unos quinientos años, muy desgastado por la vida inmortal. El vampiro fue padrino de su transformación, cuando ya estaba en las últimas, pensando nada más en las estacas y las balas de plata. Y la abandonó justo después de morder. El vampiro la bautizó pero con un fogonazo desapareció, dejando sus retinas lastimadas y el corazón muy maltrecho.

Y aquellos versos inflamables pero contenidos, resignados pero encendida aún el ascua, dolientes pero vívidos, calientes y hedonistas, enamorados pero vencidos por la desesperanza... le recordaron al punto de partida anterior. Pero da igual cómo sucediera, si la casualidad o el algoritmo, la cuestión es que dos corazones arrasados tomaron consciencia de haberse topado, el uno con el otro. La parte buena de ella, aunque la curiosidad de la gata es la que la mata, pero también de vez en cuando consigue un salto a un tejado con unas espectaculares vistas.

El vampiro era un melómano y usó la música para la seducción de los sentidos a distancia, así la pescó e hizo discípula. Una muy potente y adictiva manera de edificar una relación basada en el deseo. 
Pero en el hombre de las letras dolientes la seducción no había sido activa, al menos dirigida a ella. Tiempo después supo que ese dolor estaba reposado. En cierto modo ella se sentía atraída por esa ardiente expresión al mismo tiempo que desplegaba su contención emocional y su agradable trato, exquisito, sin histrionismos, como ella misma se veía ante el desamor, contando sus tropiezos y daños masivos. Y le deseaba con sed y veneración, ya a estas alturas. Siempre lo deseó, desde que encontró los versos, que le hicieron removerse en el sofá, -mientras leía, piernas inquietas, latido en el coño,- pero había ido a más y más y más cada vez. Superada así la aventura del vampiro, con mucho, en este aspecto. Este sí que nunca se coló sin invitación por la ventana. Que quizá no fuera tan casual, que pasara por allí, ya no importaba absolutamente nada, desde el momento en el que ella había vencido la timidez para saciar la curiosidad de manera entrometida. Era consciente y no la importó. Estaba la sombra del vampiro aún por ahí, digamos que el luto y la inevitable comparación le ha durado demasiado, pero siendo su bautizo no podía ser de otro modo. Creyó de algún modo en la reencarnación, aún habiendo visto calcinarse al otro, a él que derritió toda la escarcha que la envolvía y la devolvió a la ardiente lascivia que formaba parte de su ser más íntimo. A la dulzura del deseo felino y reptil. A ratos la mamba de segunda generación recordaba a la Veterana y sus enseñanzas sobre los sacos de palabras que atrapan y el sacrificio más aletargado de una mujer a los cuidados.

Su deseo sexual estuvo encadenado y ahora es como empezar de nuevo todo.

Y ahora está enfrente del que hace poesía posesa de deseo mezclado con dolor. La melancolía. La foto fija. La imagen amplia, la filosofía de quien vive sin prisa, aún con una epidemia mundial de por medio. Un aumento inesperado de incertidumbres rodean un momento ansiado. Ella, nerviosa, -ve venir el enganche- provoca el primer alejamiento. Después un segundo evento, en el que acaba enviando un audio enfadada y, tras de excitarse él con su voz, ella también con su erección y terminan tocándose... Eso no pasó antes. Antes, tras los enfados, llegaba el hielo. Nadie nunca había provocado su fuego al regresar de esa manera... le perturba eso.

Y a él le perturban otras cosas. Hay algo inquietante en ella. Cuando entra en pánico, habla muy deprisa, escribe muy deprisa en el chat, también. No la sigue. Le pasa con más gente, le cuenta a él. Y que de normal, si está tranquila, es de mascar, rumiar, reflexionar e incluso que necesita su tiempo. Ella se considera "lenta de procesador", como dice. Y cuando tiene un pico de ansiedad, porque algo que has dicho tiene relación con uno de sus miedos cotidianos, se transforma. Es un torrente verbal. Se desborda en sentimiento y palabrería. Es ininteligible y ella lo sabe pero no controla el impulso. Ahora lo para, una vez iniciado el chorreo, cuando se da cuenta de que los interlocutores no entienden lo que dice. Es un avance. Antes entraba en cólera por la frustración, lloraba y gritaba, desesperada. Estando él on line se transforma en lo contrario. En calma y sensualidad, las lágrimas si acaso son de risa y la desesperación es cosa dimensional, de tiempo y espacio, por ganas de tenerse, que ya se tienen desde hace mucho. Han pasado meses. Él se ha sabido con un fantasma cerca y ella también piensa que este también tiene unas expectativas muy altas. Que no sabe si va a poder satisfacer. Pero, como siempre, planteada la oportunidad de conocer a alguien que le ponga erizada de la cabeza a los pies, predispuesta a la entrega al cien por cien, como ella era, antes de que se rompiera eso... ¿cuándo se rompió eso?

Mientras ella piensa en sus calamidades e insatisfacciones de citas que sí consiguió y fueron un fiasco. Es caliente pero no es fácil ponerla al límite, esa es la cuestión. Necesita una atracción por encima de lo físico. Es la conexión de sentirse deseada al punto de que quieran y deseen tu disfrute como tú el de la otra persona. Para que vuelen los tabús y fluya la piel, la humedad de bocas, de las bragas y se desee la erección y la dilatación y lubricación de los miembros, ya sea natural o con saliva. Están de pronto, mirándose y frente a frente... [Interrumpe ella sus sueños húmedos despierta...]

Acaricia su cuello, con el dedo índice y el corazón, deslizando suavemente por el sudor de su escote, hasta encontrar el borde de la camiseta. Se detiene la mano en estirar la palma y apretar el seno izquierdo con suavidad, por encima del sostén y de la tela del top, y ya se percibe esa gominola dura, que le vuelve loco. Respira deprisa y fuerte. Él sabe que mejor ir despacio, la conoce. Se exalta como una niña. Vuelve con los dos dedos al borde de la camiseta, para recorrer con las yemas el escote hacia la parte superior del tirante. Ahora los baja lentamente, el del sostén y el de la camiseta. Se detiene un instante, observando la curva desde el hombro hasta la clavícula, luego el cuello, la melena... retira hacia atrás el cabello y la recorre con los dedos. Entonces acerca la boca y la nariz a la oreja y susurra "estamos aquí, juntos...". La mano pasa detrás de la cintura, entretanto, rodeándola y alcanzando las nalgas, que aprieta contra sí, mientras respira suave y cálido en su cuello. Ella respira excitada, notando la erección de él y la humedad de su boca en el cuello. La llama ha prendido con inusitada facilidad. No son extraños, no. Todo aquello estaba soñado, previsto, compartido. En la imaginación de ambos, meses atrás. Así que, despacio, frente a frente y mirándose el uno al otro, comienzan a desnudarse. Aún no se han besado pero se comen con los ojos. Se han desprendido del exterior y ella está a punto de bajarse las bragas, pero él, que no le ha quitado un ojo de encima desde que la vio sentada en la mesa del restaurante, se arrebata de pronto, porque quiere ser él quien se las quite, así que le agarra de las manos para que no lo haga, mira hacia la cama. Ella lo entiende y camina para sentarse en el borde del lecho. Él la sigue y se arrodilla, abre sus piernas poniendo las manos con suavidad en el interior de los muslos, que acaricia mientras no deja de observarla, y se coloca entre ellos. Se acerca a su boca y la besa por primera vez con pasión acumulada en meses de deseo de sentirla cerca. El abrazo junto al beso, de la piel desnuda, los pezones duros de ella apretados contra él, la rigidez del miembro en aumento, unas lágrimas tontas resbalando por mejillas sentimentales, exaltación y frenesí. Él no quita, sino que rompe las bragas y entra en ella sin poder esperar más... No fue como planearon en absoluto, de hacerse desear. No se puede evitar. Pero una vez envueltos en sudor, saliva y fluidos de ardiente deseo, contenido por las vidas de cada uno, se ralentizan. Ella para. Lo mira. "Hagámoslo durar..." Y sonríen sabiendo que ambos están de acuerdo. Se sube entonces encima de él, 'sin prisa, pero sin pausa', y comienza la monta suave de la amazona de los sentidos en que se convierte, con un contoneo que dosifica con sus caderas, acompasadas con ritmo favorecedor al movimiento de los rotundos pechos. No podrá ser de otra manera que lento y largo, como las piernas, los brazos... los tiempos en los que la historia se ha cocido, a fuego lento. Disfrutar cada centímetro de piel y explorarlo, lento, hacer un mapa del otro, la primera vez de todas las que se follarán esa noche. Ávidos, como están ambos, de un tú a tú secreto, exclusivo, único. Que te de más alas para amar. Y desear. Desear ser tú.

Es cosa de dos, cada hilo de deseo... Dos amantes esclavos de ese hilo.

"La Reina Momo todo el tiempo anda a la pesca...
con su carcajada ronca me tentó..."