10 oct 2021

Lo sé.

 Tomando un tinto, mientras espera que levanten una mesa para su turno de sentarse a comer, en esa taberna anexa a la estación de servicio más cercana al pueblo donde curra.

Piensa en ella.

Mientras come su potaje de cuchara de invierno y el abundante segundo de lomo con patatas fritas y pimientos, observa la sala y el personal que la puebla, mayoría de currantes de paso, como él, y muchos también de sectores dependientes de la construcción, que vive un momento de peligroso crecimiento efervescente en la zona, por promesas y proyectos políticos regionales, en torno a la ampliación de la planta industrial y un macroproyecto de entretenimiento en forma de parque temático que se anuncia creará en torno a 3000 puestos de trabajo, entre directos e indirectos. 

Vuelve a pensar en Momo. Mira el televisor, con las noticias sobre la erupción del volcán. Que está más cerca de lo que le gustaría de ella. Hace unos días que se ha dado cuenta de que le inquieta, aunque haya varios centenares de kilómetros entre la lava que fluye y su alma secreta.

Escribe sobre ella y la dibuja. Los que son de alguna manera más evidentes en sus inspiraciones desleales, los guarda unos días, como mucho, pero termina deshaciéndose de ellos. Como cuando borraba todos los rastros de sus encuentros en el móvil, antes de salir de la furgo para entrar en casa con El Silencio, reticente y helador.
Aunque no se debe a lo que aquellos días motivaba el protocolo anti ultraje de secretos peligrosos e inconfesables para una vida estable y longeva, sino a que le duele mirarlos. Es una terrible y desasosegante frustración. No la capta. Cada vez el trazo es más difuso y abstracto, las líneas faciales, las curvas y huecos antes milimétricamente conocidos y explorados, en sueños de libidinosa pasión, y en días con mañanas a distancia, de auténtica zozobra por la ternura de ese amor tardío y arremolinado, estremecen su ánimo, por la mano diletante que intenta bocetar a su Reina. Y tal es la herida de muerte. De la veneración de la última daga caprichosa que ella le clavaba en el pecho por el dolor de saberse efímera. Murió el amor matando, porque ella se alejó envuelta en ira y flemas de incomprensión.

"No, postre no suelo tomar, un café solo sí, por favor, muchas gracias".

En vez de dibujar su rostro o sus manos, por la angustia de no lograr ya hacerlo con tanta facilidad como le era usual antes, cuando la oía tintinear entre risas en un audio, troleándole con sus vaciles acerca de la coherencia de sus ídolos. "Qué tía. Qué salidas de pata de banco..." (Se escapa una pequeña risa algo sonora de sus labios. Los de la mesa de al lado le miran un momento con curiosidad y vuelven segundos después a su conversación sobre si irán a por más material o les llega hasta mañana y tiran esa tarde con lo que les queda hasta que se acabe).

La venera en secreto. Una risita que escapa de manera involuntaria e inevitable es todo el rastro de su culpabilidad en su día a día a perpetuidad. El dolor se lleva por dentro y se lo come y esto le consume la vida a pasos de gigante. Se apaga más rápido el sol todos los días si no desembucha ni expía sus pecados de idiota que hizo daño a varias para no hacer feliz a ninguna. 

No es cierto pero él no lo sabe ni accederá a ese limbo. Podría buscar el paliativo e intentar cerciorarse de que toda la senda fue borrada, antes de negar la posibilidad de redimirse conociendo lo que por su cobardía dejó en su día de medio lado.

Le canta. Sobre su belleza inmaterial e irresistible que no es lo mejor de Momo ni de lejos. Siente orgullo de haber visto un poco desde el trasluz, un poquito de tiempo ínfimo, de entre aquellos 8 meses.

<<Preciosa mujer de ojos tristes y verbo fiero que esconde ternura frágil, mirada limpia risueña, aunque impregnada de lágrimas pasadas, y fuego dulce de boca de fresa, niña rebelde y cabezota, soberbia y payasa a partes iguales. Mi amor, mi cielo azul, mis nubes de tormenta, te sueño grácil y pizpireta, bailando desnuda a mi alrededor, besando mis párpados, boca y sexo. 

Entregada a mí, a nuestra felicidad imposible.>>

La sueña, solo ya la sueña.

Echa de menos su amor. Sentirlo vibrar. El suyo por Momo, la que le hacía ver que vivir cuesta vida. Pero de verdad. No en canción. Y así merece la pena, todos vamos juntos al mismo destino pero no siempre en el mismo espacio.

Qué putada.





Lo sé. La amó, ama, amará.

No sé. Sí, en realidad. Pero es secreto.