27 nov 2021

Antídotos.

 Protecciones. Parapetos. Muros de silencio. Ceguera. Noche. La oscuridad y el ocaso del deseo.

Y llegará un día. Un día entre saltos de tiempo. Entre A y B, B y C, C y D... Y cada vez menor la longitud de onda, en cada estación. De caliente a templado luego casi frío y al final helado. Y aún los electrones se mueven, no hay cero absoluto. 

Pero se puede paliar siempre desde la ceguera que emborrona los recuerdos. Se sabe que se está preparado para el adiós cuando un buen día descubres en textos pasados un recuerdo que estaba borrado.

<<Leer aquello de "te sé de memoria" que no recordabas. Ahí fue que llegó la sonrisa del necesario olvido y de que había pegado ya alguna semilla de las sembradas en el Jable. >>

Al final el coco a favor, remando para alejar monstruos y seres que perturban tu paz y no aportan equilibrio, sino que más desorden, confusión y ajetreo momentáneo, como calentar piernas en el running mañanero de esa gente rara que madruga para pasar frío mientras corre por el parque antes de ir a trabajar. Entropía pasajera de corazones, que vuelven, retornan al hielo. Y salen de él para tocar almas que se les antoja, pues creen en ese tipo de relaciones de posesión de otras almas. Volverán irremediablemente al hielo, pues son adictos en una suerte de montaña rusa de las emociones, vampiros de la sensibilidad ajena, de la que se nutren y no siempre respetan. Tan tercos como el niño que con curiosidad destroza los pétalos de una delicada flor aunque le adviertas de su fragilidad de antemano.

Maduran los frutos de distinta manera en un mundo globalizado. Desde el otro lado del Atlántico llegan las uvas más baratas para consumo. Las de la viña del rofe en la falda del volcán se reservan para vinos elitistas que se venderán en los hoteles por gente que no sabe maridarlos a clientes que tampoco, en su mayoría, sabrán apreciarlos en su verdadera dimensión. Si te comes un racimo de Malvasía o Listán tendrás suerte y conocerás a un rural que te lo ofrece de su finca de frutales o pagarás un ojo de la cara en una tiendecita medio escondida de un pueblo del norte de la isla, que solo conocen los autóctonos.



La uva de Chile allí será maravillosa, pero aquí en la Macaronesia llega a la mesa cosechada antes de tiempo y verde la mayor parte de las veces.