30 nov 2021

Inmune.

 No es la inmunidad parlamentaria ni tampoco a la COVID-19.

Estas dos primeras, hoy en día, son privilegios. Ambos inadmisibles, en el caso de los primeros, cuando se utilizan para librarse de la Justicia que se supone igual para todos. Los segundos, a la vista de lo que sucede, son privilegios menos especiales. Basta con vivir en el norte, en Occidente, en el "Mundo Civilizado". Resumido es nacer en un país rico. Y no es baladí porque aún hay gilipollas que disfrutando de un privilegio a su alcance que millones no tendrán, aún, digo, hay personas que se permiten rechazar la inmunidad vía vacunación.

Pero en este sitio de la vasta red hace tiempo que hay una idea transversalmente heladora en los textos. Que resulta que hace frío de cojones hablando de los antros que se conocen como redes sociales, en definitiva. Se trata de una percepción personal, acerca de una epidemia global mucho más peligrosa que la que se extiende por el aire mediante microorganismos patógenos. Más nociva por imperceptible. Tal y como lo es la radiactividad, peligrosa por invisible, sin medidor de por medio.

Sigue siendo la bioquímica y el agente letal de origen biológico. O quizá sea más adecuado, a la altura de la Historia en la que nos encontramos, hablar ya de agentes biotecnológicos y empezar a pensar en un símbolo que alerte de su peligro, por convención internacional. Ponerle a los routers y aparatos que provean la conexión doméstica o profesional, para su negocio, una advertencia de riesgo biotecnológico tóxico. De momento, para empezar, no diremos que mortal...

Llegó la era en la que los algoritmos, una creación humana, puede controlar algo en apariencia tan intangible como las partículas subatómicas, por medio de la vía que dispone y abre a cualquiera que se lo proponga, la modificación de la estructura del pensamiento, por medio de las emociones. El miedo que transportan los electrones que nos conectan virtualmente, convertidos en los verdaderos virus de Internet. Todas aquellas supraestructuras que por medio de la ciencia y la tecnología, con el baile subatómico de la materia, tratan de volver a imponer un pensamiento único.
No hay ninguna magia. Hay una enfermedad pandémica, extendida de forma global y de terribles e impredecibles consecuencias:
El engrandecimiento del ego propio, narcisismo digital, tal y como dijo Incontinencia en el antro.

Dio en el clavo, pues de eso se trata la enfermedad que arrasa con la unidad de los Nadie.

El vertiginoso crecimiento, conforme la brecha digital disminuye, de la necesidad de atención, que antes, en las vacas gordas, no volcábamos en mundos paralelos e irreales. Quien tenía amor, lo disfrutaba, quien tenía dinero, se consolaba consumiendo. Ahora no disfrutamos ni del amor ni del dinero, porque nos hemos ensimismado en nuestra imagen. 

Y hay que inmunizarse. No es quitándose de la completa exposición, aunque sería lo ideal, pues lo siniestro de las redes hoy en día es su capacidad de succionar tiempo vital. Entendido este tiempo tan relevante como el que hará que merezca la pena que tu vida sea vivida. El de compartir con el mundo que te rodea. Los antros de los pajaritos roban tiempo, vida, alegría e incluso alimento. Muchas veces la persona no es siquiera consciente de esto. Las personas se auto engañan con que es el mejor divertimento posible y fijan en sus perfiles sus historias ridículas de gloria, algún día que tuvieron conflictos con otros y creyeron salir victoriosos.

Otra gente cree que es posible que el alter ego virtual sea igual en público que privado, desde la equivocada creencia de que eso es autenticidad. La autenticidad consiste en ser íntegro con tus ideales, mediando la responsabilidad. Es decir: auténticas son las personas que aciertan y se equivocan y reconocen en público sus errores. No las que hacen transparente su intimidad. La intimidad es algo a proteger, lo más valioso de los amantes. En el sentido amplio del término amantes, referido al amor de toda índole y cariz, incluso la que atañe a los animales de compañía.

Porque no se ha de ser celoso en el amor, se ha de ser celoso de la cantidad e intensidad del que eres capaz de dar, para reservarlo y que no todo el mundo conozca tus puntos débiles, allá donde la ternura te hace cambiar de dura impertérrita a terrón de azucar en el café caliente.

Esa es la inmunidad en medio de la pandemia de peste viral de odio.

Inmune a elogios, inmune al odio, de lo que cuesta más adquirir prestancia pero se logra. Inmunidad al virus letal de la Peste Viral que te aleja del Amor Con Mayúsculas.

El de la piel, las caricias, las sonrisas en los ojos. Los besos dados.



Los no dados. Los que nunca se darán. Esos no pesan, ya.

Ser inmune a lo que lees o escuchas de personas contagiadas, aunque a las buenas aún intentes hacerles llegar el retroviral electrónico de tus palabras en un blog...