31 dic 2021

Llevarte.

 Romper el cristal. Aquel fogonazo. Despierta, niña, estás aquí, conmigo.

Pasado el tiempo recordar la fragilidad de tu mirada. Llegar a comprender que temías que te la sostuviera. Que no necesitaba hablar. Que te intimidaba así. 

Entender lo que pasó, que aquellos otros ojos te imploraban que abrieras tu corazón, para abrirse, también, que mostraras lo que a distancia. Una prueba no superada, al fin y al cabo.

<<Ambos mirando al otro como impostor.

No funcionó. Punto. Y fue mejor así. Ya era todo suficientemente complicado...>> 

La paciencia no era la misma por el desequilibrio en muchas facetas. Que además eran completamente desconocidas. La convivencia es íntima y hay quien la despoja de paz y quien la llena de ella. Cualquiera puede ver convertido el arrullo de su hogar en tormenta oceánica una buena tarde. La diferencia es el empeño en volver a arreglar las estancias, el ahínco en que permanezca la habitabilidad. Recuperar trastos ajados, cuando sirven para posar el alma unos minutos. 

<<Bueno. Seguimos adelante...>>

Alguien necesita recordar. La otra persona que comparte tu lecho necesita y persiste en olvidar. 

Si olvidas, la olvidas. La necesitas en tu memoria. La otra persona tiene presentes que pretende azules y pasados grises. Es un choque de intereses irreconciliable. La oportunidad de salvar una relación cuando ha llegado a este punto de no retorno va unida a la separación de espacios comunes. Es cuando la sola presencia hiere lo más hondo de tu corazón, con desprecios implícitos a cada palabra sobre lo común, que se ha convertido en una visión gris que se come el color de tu ventana al patio. Ahí no hay vuelta atrás, aparece un sensación de infravaloración de tus referentes que es continua y machacona y no necesita de palabras. Al contrario, se sirve de silencios y paredes con puertas cerradas. Y entiendes todo. Puertas cerradas para la verdad, abiertas de par en par para violar la intimidad. 

<<El día en que sobrecogida lloraste al verte atrapada en una manera de hacer, con un objetivo e intereses contrapuestos y unos medios para un fin. Y un aderezo de apariencia externa, fotos con sonrisas instantáneas y salir mucho a mostrar una falsa imagen de dinamismo y vida activa. Apariencia de felicidad, mientras ella quedaba en cama muchos fines de semana. Apartada.>> 

Huyendo de construir un hogar habitable. Porque no sabía y aún no sabe. Momo entendió un buen día. Después de dar muchas vueltas al poliedro buscando la cara inadvertida. La traza de desestructuración de esa familia tan aparentemente nuclear y forjada. Y estaba en que nunca hubo estructura, más allá de tradiciones y dogmas que pincelaban un dominio, no un hogar. Un miembro claramente por encima del resto y los demás consagrados a su complacencia.

<<Y ella de un matriarcado truncado por un cáncer prematuro y de años de evolución. Hoy además saben que llevaría extendiéndose quizá ya más de una década por su organismo cansado, además del componente hereditario por la relación entre el linfoma con el digestivo, luego con el colorrectal del abuelo.

Una abuela que superó la enfermedad, otra que falleció catorce años antes de nacer las mambitas. Hasta en esa fortuna el sentimiento de partida es distinto. Ni siquiera en la época en la que ella luchó por curarse el Don cedió protagonismo a la comadre, esa es otra.>>

A Momo se le apagó una luz. Y desviviéndose el último año que titiló, aún hubo mucho tiempo después en el que pensó que no lo suficiente. Así que quedaba perpleja, ante ciertos acontecimientos.

<<Llevarte en el alma y después de romperse el cristal contra el suelo, como una vez temí, recoger los trozos, que no corten pies descalzos. Pero imposible la reconstrucción.>>

Mejor exhibir los talentos en síntesis química, rasgo que lleva por ahí tatuado, conocimientos adquiridos y útiles. Incluso para filosofar acerca de un precipitado que solidifica lento, en forma de cristal. Y así pensar que mejor retirar los trozos de corazón roto. Y dejar que empiecen los reactivos a convertirse de nuevo en sal azul.

Llevarle bonito no es imposible, aún sin perdón.

Y sabes que lo necesitas para continuar.

Porque queda menos.

Y hay que salir adelante.

Llevarte, siempre, Mamá Mamba.