Hoy me siento igual que el resto, tablas de salvación, de cura pasajera, que utilizaste, y a las que acudiste para echarla de menos a ella.
En mi nube de algodones en la que nunca me rechazarías si sabía respetar tu espacio, había fabricado un cuentito lindo, de color de rosa, para escapar juntos. Y a veces añoro ese cuento, porque tristemente el recelo tuvo que volver, se ha instalado para poner excusas, para rechazarte yo, para reponer mi amor propio echando atrás hasta aquel 12 de mayo. Ese día no debía estar a esas horas donde estaba y tampoco debí mirar si había respuesta.
Que te arrepentiste de la cita mucho antes de los primeros reparos y también que no debimos vernos, son dos pensamientos acerca de lo que pudo no haber pasado,- pero sí pasó -, que no se van. Lo sé ahora que es muy tarde para lamentaciones. Y no lo sé por dudar de mi amor, al contrario: este daño es mucho más hondo de lo que he querido reconocer. Es la primera vez en mi vida que sé que no quiero volver a enamorarme más. Que solo me ha servido para sufrir en todos y cada uno de los casos. Que esta última vez es la peor porque estaba más segura que nunca de luchar por estar a tu lado y, sin embargo, por amarte más que a ninguno, no luché nada. Hice lo contrario, dejarte ir, no aprovechar las oportunidades, aunque fuera una sola noche, recuerdo cada uno de los momentos en que quise abrazarte fuerte, hablarte desde mi corazón. Y eso es lo que justo no hice.
Tengo miedo de esta oscuridad. De que siempre esté ahí y no se vaya. Y el único que me saca el dolor, pero tampoco todo el rato, me recuerda a ti. A ti te buscaba, en realidad, a la desesperada, entre fantasías de regresos entre antifaces y princesas prometidas. Pero es que yo soy más de manejar la nave, como Moana, y menos de esperar a mi héroe al rescate en plan Buttercup. Y sin saberlo del todo, siempre he tenido la sensación de que, como mamá hacía con la gente, cuando la conocían mejor, te he desarmado. No soy lo que creías al principio del todo. Viste algo pero era sólo la sombra.
En mi caso, soy yo la que decide que no me compensa ser capitana y recibir compañía y comprensión, nada más. La sirena del barco, con sus siete señales acústicas, ha hecho aparición en escena demasiadas veces ya. Estoy crispada en una relación que no le da bola a mi verdadero yo. Que es en realidad lo que siempre fue el objetivo en mente, desde que empecé a aplazar mis sueños, muy temprano. Cuando la tempestad pasara, recuperar mi derecho a sentirme mujer de verdad. Y ya contaba con que pasara esto, que no fueran los compañeros de andadura del principio los mismos que los del final. Porque sabía que tenía fecha de caducidad mi relación pasada, igual que sé que las tienen las futuras. Y nunca, quizá por lo que me pasó y la herida más jodida de cerrar de todas que me abrió en canal, he entendido a las personas que mendigan el amor. Esa línea la he traspasado según mi magnitud de medida contigo muchas veces. Hace veinte años que no me siento así. Y en este caso era yo la intrusa. La diferencia es obvia. Hoy lo es. No tengo veinte años, tengo más de cuarenta y la crianza de tres a mis espaldas. Tengo derecho a decir que no tengo nada que aprender de esa persona porque mi vida es otra. A mi me tocaron otros asuntos que afrontar y resolver. No admito comparaciones porque a ella la conoces. A mí no. A mí no me has tenido a tu lado. Tú que sabes. Cuántas veces he apoyado, perdonado, comprendido, -y sigo comprendiendo- acompañado, y follado porque amaba con todo mi corazón. Tú no has podido sentirlo, no te has dejado. Cómo te atreviste a semejante comparación, que cuanto más la pienso más me duele. Tanto juicio sin conocimiento de causa me aleja de las personas. Y de ti también.
Me conformo con estas letras de desahogo. Con mi creencia dogmática de que no sabes y de que era yo, porque necesito una fantasía para remar en este río amargo que dejaste.
Y seguiré esperándote, porque sigue habiendo un rayito de indignidad en mi cuando de Nadie se trata.