12 dic 2020

Aguas cristalinas.

Cuando miras en esos ojos alegres y ves la llama de la vida y del fruto del amor.

Con la calma, como en un bello día soleado, de playa al norte, arena blanca y charca entre balsalto o canto rodado. Esos días en los que los rayos penetran hasta cuatro metros y te metes en la marea con la sensación de nadar entre peces en un acuario. Los días más bellos de mi vida, sin duda, en los que cocimos al golpito un hogar que al final fue un desastre. Pero desastre o no, ambos sabemos lo que nos trajo aquí y la beneficiosa y duradera influencia de la islita en nuestro amor y, en particular, en mi terapia. 

Hará en enero un año que me marché y a punto están de cumplirse dos de mi decisión de romper mi matrimonio. Cada día más convencida de la elección que hice. No tanto de haber sido explícita sobre mis sentimientos con ello. Pero todo forma parte de lo mismo. Esta que sangra soy. Muchas veces caeré de puta pena a quien me lea porque ni yo me aguanto. Pero es que de eso se trata. De aceptar cosas que se ven reflejadas en mis textos menos líricos. O alguno lírico y desgarrado, también. Que los hay y que me cuesta releer.

Echo de menos muchas cosas del que hasta hoy por duración y por intensidad de amor es el auténtico hombre de mi vida. Aunque ya no lo miraré más como antes de quedarme embarazada y eso es una realidad inapelable. Que pasó a ser otra relación que de pareja sentimental muy distinta, al ser padres. Cosa que ninguno de los dos cambiaríamos por salvar la relación, si había de ser inevitable como ha sido, estoy convencida de ello. Con nadie tengo tanto amor que invade mi pecho en común como con él.

Cuando llega la calma de la piscina intermareal, en un radiante y espléndido día de verano en el que estás en el cielo, únicamente leyendo tendida al sol y con unos baños desnuda en una playa del norte de la isla, entiendes la sensualidad que emana de querer ser madre aquí. Esa calma serena que te rodea y que es la antítesis de la furia del volcán en erupción. 

Me he rendido a estas aguas, al desamor y a la pasión a la vez. El desamor está fuera. La pasión de mi vida nació en una ciudad de nombre Arrecife y fue concebida bajo la falda del volcán.

Hablé hoy con la mitad del tándem sobre que me quería ir. 

-Ya no.

Y me preguntó entonces por las razones dadas con anterioridad, se podría decir así, solemnemente, para convencerla otro día hace meses sobre ir a otros sitios más grandes con más edificios parques carreteras coches gente. Se había hecho a la idea, -porque la primera vez que lo traté con ella no le gustó nada-, por mí.
Me alcanzan flechas de amor así unas veinte a diario. Algunas con lo cotidiano de verlas jugar o escuchar cómo conversan entre ellas.