13 dic 2020

Conjunto de factores.

 Las circunstancias. La filosofía orteguiana, que tan necesaria me es para explicar las razones causa efecto que guían incluso las relaciones humanas que coexisten en mi vida. Por tanto no es suerte, sino azar. Por eso digo que no creo en la suerte. Ni en el karma, ni en rollos místico esotéricos sobre el devenir de los acontecimientos porque en algún código sagrado esté escrito nuestro destino y blablabla. Ley de Murphy y tropiezos. Afortunados o lo contrario, que ahí sería donde consideraríamos los eventos más probables como suerte y los improbables como mala pata o gafe. (Este chorreo procede todo de mis rollos y traumas con la probabilidad de los putos orbitales moleculares y la topología de primero de mates de Químicas, pero no me hagan caso...)
La cuestión es que vas tropezando con mayor probabilidad con lo que tienes cerca. Pero en la dimensión espacial geográfica, esto es muy reducido en contraste con lo que posibilita la Red de redes. En definitiva, un cambio de paradigma en las relaciones que vivo pasados los cuarenta y con cierta envidia hacia veinteañeros y de treinta y pico. Pensando que quién pillara este momento y oportunidades con esa edad. Pero con mi cabeza actual, también, lo cual es, en cierto modo, trampa.
Porque a mí me fue negada una juventud, de los veinte a los treinta, que es la raíz de mi manera de vivir el sexo así, ahora, diríamos que con cierto retardo en la explosión del deseo (por no decir que he tenido que reprimir y controlar el explosivo, al principio y al final, pero eso es otro tema). Y se debe simplemente a que durante el momento en el que más se debería en teoría poder experimentar, cuando aún no tienes grandes responsabilidades o cargas familiares, yo sí las tenía. O yo me las eché a cuestas, si trago con la versión de los que se lavaron las manos que tenían mayor responsabilidad que yo. Eso es asunto cerrado que sólo se removerá en Pandora, cuando lo retome. Que no vienen las ganas y ahí ya sé yo que mejor no rozar, si no quiero mentar a la bicha y que venga el super bajón. Es decir: conseguir lo contrario de lo que busco expresándome aquí. Que es descargar pero sin hurgar en lo fresco.

Aunque a ratos pienso que esto es una tremenda estupidez de niña que no quiere crecer. Y ver. Ver que será siempre fresco el estado de la herida. Porque cuando está cicatrizando, de repente, te das un golpe accidental en la pata de una mesa. No en vano, estoy convencida tanto de lo que presionaron para que dos personas que se querían huyeran, como para terminar de detonar la carga que activa el volcán, en los últimos pasos de mi matrimonio. Unos y otros. Siempre presentes como generadores de conflictos o de preocupaciones que "por hermanos mayores", tanto el padre de mis hijas como yo (aunque yo ni eso, hija mayor, no hijo), debíamos cargar sobre nuestras espaldas con un extra de culpa "por habernos ido".

Qué inquina. Qué rencor de buenas y falsas palabras. De desprecios de godos repelentes a la tierra que nos ha acogido, punto de vista este que ni el día de nuestra boda tuvieron de ninguna de las dos partes a bien respetar ni contemplar. Siempre recordaré ese aparte con J.K., flipando cuando pincharon el Himno a Burgos. Y las quejas, hasta en el "Bonito discurso de Alber", sobre hacerles venir aquí a la isla a la boda. Lo mejor es que muchas veces no eran conscientes de las caras de perplejidad a su alrededor, lógicas, al escuchar todas estas bilbainadas de Burgos (porque lo mejor es que J.K. es guipuchi, de la penin como nosotros, y le pareció una patochada fascista, con lo que estuve de acuerdo y apartada a un lado con bochorno por la confusión de los presentes). Cuánto toleré y tragué y qué empeño después una y otra vez, por parte de ambas familias, de hacer lo blanco negro en cuanto a que nos las armaron también el día de nuestra boda. De la que no hay fotos. Y eso sí es una larga historia. En la que me detendré un día a dedicar un post en particular.

Es curioso que el conjunto de factores y todas las veces que unos y otros han intervenido en nuestra relación, ponen en valor esos dieciocho años de duración, contra cierzo y siroco, para ser libres de querernos.

Eso son las Mambitas: el triunfo corajudo del amor frente al boicot déspota de la tradición.

Una auténtica proeza llena de belleza, la historia de cómo llegaron aquí. Y cuando sean más mayores, si quieren, sabrán más. Todo. Lo de su hermano que no fue, también.